Recuerdo mis ojos claveteados en el techo de ninguna habitación, mientras las manecillas de un reloj de pilas gastadas jugaban a parar el tiempo dando las para-qué-si-ya-es-tarde en punto.
Esa época era cuando creía que sonreír y felicidad eran sinónimos y que "vivir contigo" se trataba de un pleonasmo de mi lengua en tu boca.
Por aquel entonces fue cuando doblé la esquina del séptimo capítulo de Rayuela sin saber que, con ella, me convertiría en una terrible combinación de la Maga y Horacio, inconsciente de que quien se doblaba era yo.
Fue ese día el que firmé mi cadena perpetua a la tormenta sin lluvia de tu portazo.
Esa fue la noche en la que soplé mis cenizas por toda la habitación, cuidando que cayesen en tu lado vacío de la cama.
Con mi aguja y tu hilo me reinventé en un muñeco de vudú al que, escupiendo el humo de los cigarros que nunca he fumado, hablaba de ti cada noche.
Ay, "vivir contigo"... Eso me suena. También sentí algo así y también tuve un muñeco de vudú.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario y perdona que haya tardado tanto en responder :)
Saludos!