Que a lo mejor madurar no es aprender a despedirse sino todo lo contrario.
A lo mejor maduramos el día que decidimos quedarnos cuando no se nos llama.
Levanta la vista y, angustiada, contempla cómo las nubes corren sobre su cabeza.
Ojalá ella pudiese hacer lo mismo.
Puede que madurar sea quedarse cuando no nos echan, pero casi. Cuando sentimos esa convicción de que tarde o temprano todos volvemos.
Como las nubes.
El helado que se está tomando a escondidas de todos menos de ella misma se derrite, pero mejor, que así no se le hiela el corazón.
Todos necesitamos huir de vez en cuando porque, aunque el cielo sea siempre el mismo, los atardeceres son siempre distintos.
Ella también quiere huir, pero no a una playa desierta sino, paradójicamenente, a la ciudad más grande que exista.
Porque entre edificios de oficinas altos y desangelados por las noches y con gente de mirada triste durante el día, ella siente que uno se escapa mejor.
Pero el atardecer hoy está tan bonito que a lo mejor no hace falta huir por ahora.
O quizás madurar es aprender a quedarse sólo para quien quiere volver.
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