Imagina que a un pintor le dejasen ver un cuadro lleno de detalles y
expresiones durante todo un día y que, tras eso, le pidiesen que, con lo
memorizado, lo recreases sobre el mismo lienzo pero ahora cubierto de
pintura blanca.
Supongamos ahora que solo permiten ver, a otro pintor, la copia del
cuadro durante una hora y que, tras esto, tenga que, como su compañero,
pintarlo sobre el lienzo original.
Ahora piensa en otro pintor distinto que tenga que dibujar la última
copia tras haberla visto solo un minuto, también en el mismo lienzo.
Desde luego, los detalles se habrían perdido, las miradas de los
retratados serían inexpresivas y, posiblemente, incluso olvidaría a
alguno de los personajes. Además, debido a las numerosas capas de
pintura con la que contaría la tela para ocultar lo original, la calidad
sería ínfima. Desde luego el cuadro original y esta última versión no
tendrían nada que ver, salvo los personajes centrales del cuadro.
¿No crees que pasa lo mismo en el amor con las segundas partes? Nos
empeñamos en recrear un momento, cubriendo con más y más capas de
pintura para borrar todos los errores, en vez de aprender de ellos, sin
entender que jamás conseguiremos recrear la belleza de esos primeros
instantes, la pasión. Ambos cuadros, al fin y al cabo, solo tendrían
algo en común: dos personajes principales deseando vivir una misma
historia que poder inmortalizar.

No hay comentarios:
Publicar un comentario