¿Has intentado alguna vez describir un recuerdo? Aparentemente es fácil; sólo tienes que revivirlo en tu memoria y después contar lo que va ocurriendo paso a paso.Empiezas con el lugar: noche en la cual, en la inmensidad del universo, numerosas estrellas decoraban un cielo que se difuminaba en el horizonte con un mar cuyas olas rompían a pocos metros de nosotros.
Después continúas con la persona, física y psicológicamente: alegre, despreocupado, siempre con una sonrisa en la boca mientras disfruta de cada momento.
Puedes describir cada uno de sus gestos, sus caricias y miradas, cada una de sus palabras: aquellas que te hacen perder la noción del tiempo y del espacio, que me permiten sentirme segura. Feliz.
Incluso puedes atreverte con los besos: dulces, tiernos, pasionales, delicados, íntimos. Únicos.
Hasta aquí parece todo bastante fácil pero ahora es el turno de los sentimientos. Y en ese punto, todo se complica enormemente. No existen palabras que describan con exactitud cómo te sentías: ¿cómo explicas qué jamás hubieses imaginado algo igual? ¿que lo habrías dado todo por que ese momento no acabase? ¿que cada vez que rozabas su piel temías el momento del adiós? ¿que en él acababas de encontrar aquello que durante tanto tiempo llevabas buscando? ¿que no tenías fuerzas para separarte de él, para dejarlo marchar? ¿que necesitas un último beso y después de este aún no habías tenido suficiente? ¿que guardabas en tu memoria cada detalle para poder revivirlo después una y otra vez? Pero sobre todo, ¿cómo explicas hasta qué punto quieres a esa persona?
Si tienes suerte y has recibido el don de las palabras, puede que hasta aquí hayas todo con bastante precisión.
Pero me temo que hay algo que jamás podrás explicar, por mucho que te esfuerces.
Jamás lograrás recrear la belleza y la magia del momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario