Un hombre con pantalones de traje azul marino y camisa celeste se acerca a un árbol, saca una navaja del bolsillo derecho y corta cuatro pequeñas ramas que no tenían mucho sentido. Lo hace seguro, las tira al suelo y sigue andando. Cuatro árboles después se dirige al siguiente y se queda parado frente a él. Arranca una hoja y la mete en su bolsillo izquierdo, con la navaja aún en la mano derecha. Ahora mismo está a unos veinte árboles de distancia de mí y no alcanzo a ver qué hace. Sigue caminando y ya no consigo distinguirlo de entre el resto de gente.
Miro hacia el otro lado y veo a un hombre en la orilla del río lavando su camiseta. Ahora se echa agua por la cabeza rapada y frota con fuerza. Bebe algo de agua que después escupe, se levanta y vuelve a tumbarse en las escaleras.
Cuando vuelvo a mirar no lo encuentro. Lo busco con la mirada y lo veo arriba de las escaleras pegándose con otro hombre. Un tercero interviene y los separa. Los tres se sientan juntos como si no hubiese pasado nada.
Miro al frente y tres patos aterrizan en el agua y echan a nadar en dirección opuesta.
(Describo lo que veo porque si no pienso se me olvida que algunos días no tienen sentido.)
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