Uno llega, desordena y se va.
Nada importa si me queda espacio o no para más arañazos en las costillas, si mis muslos aún no han cicatrizado.
Nada importa si la lana que me he atado en la muñeca ahora la tengo alrededor del cuello.
Tampoco importa cuántas veces han forzado ya la cerradura. Aquí nadie entiende que si consiguen derribar una puerta para robar, la siguiente que se pone es blindada. Y si es blindada la que abren, la siguiente es con un foso y cocodrilos. Y que ya no pasa ni quien yo quiera.
Pero claro, eso da igual.
Porque uno llega, desordena y se va.
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