Creyó no poder caer más bajo y, entonces, empezó a caer
hacia arriba.
Yo, tan La Maga, te busqué en las huellas que deja el
ahorcado en el aire, a través de las vías que pisa quien vuelve con billete de
ida.
Y así llegué a ti, que estabas en el punto medio, el que te
hace perder el equilibrio. Y no frenaste. Y no quisiste frenar. Pero al menos
así alcancé de una vez el Cielo.
Yo, la piedrita; tú, el zapato que golpea; nosotros, la
rayuela de Cortázar a la que nadie quiere jugar por miedo a ganar.
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