Quiero ser La Maga a la que describe Cortázar.
A la que Horacio ama sin saberlo.
Quiero, claro está, ser Tu Maga.
A la que veas de rosa en mujeres vestidas de gris.
(No me importa que no se llamen Talita).
Quiero que, en una noche con manchas violetas, las confundas conmigo y se pare tu corazón cuando su piedrita, mi piedrita, la piedrita de La Maga, esté a punto de salirse de la rayuela.
(Ya sabes, como dijo Horacio, que para llegar al Cielo hace falta una experiencia que sólo se consigue justo antes de abandonar la infancia y, tonta yo, crecí -quise crecer, tuve que crecer- demasiado pronto).
Que Lucía, La Maga, yo, muchas veces hablamos sin saber, nos volvemos violeta y a Horacio, a ti, eso os desquicia.
Y Horacio huyó a Argentina, quedando La Maga en París.
Y yo no sé dónde estarás ahora, pero desde luego muy lejos de mí, de Rocamadour, del que no entendíais por qué ella -yo- se empeñaba (me empeñaba) en cuidar, en hacerle sobrevivir (pero él ahora está tan lejos como tú; quizá te lo llevaste). Puede que fuese porque sabías, sabíais, que nos hacía daño, porque seguro que a La Maga le sigue doliendo.
¿Por qué Horacio no sigue buscando a La Maga?
Quizá piense que acabó saltando al río.
¿Y tú? ¿Por qué no me buscas?
Quiero creer que supones que salté, como ella, a uno de los ríos metafísicos en los que, al fin y al cabo, siempre me ahogaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario