proverbio arabe

25 de febrero de 2011

Duele, lo juro.

Aunque solo sean dos tímidas lágrimas las que resbalan por mis mejillas, es algo así como un llanto, al menos, interior. Sé que no lo debería estar haciendo, sé que debería estar sonriendo, queriendo comerme el mundo. Pero bueno, todos sabemos que no se debe beber, hay que estudiar día a día, no se puede mentir, hay que comer cinco piezas de fruta al día... y ninguno (o casi) lo hace.
Así que aquí me encuentro, sola en medio de la gente, llorando por una auténtica estupidez: esa persona no está sonriendo.
Y sé que es la mayor mariconada de todas pero su estado anímico influye sobre mí notablemente y es que es él el motivo por el que día a día quiero darlo todo a cambio de nada, tan solo su amor o, al menos, su felicidad.
Y es que, por más que encontremos cosas buenas al amor, también tiene sus defectos como bien he dicho ya en otros momentos.

El amor duele, amar duele.
Pero lo que duele no es el sentimiento en sí, lo que, al menos a mí, hace daño, es darte cuenta de que quizás no haces tan feliz a tu pareja como te gustaría.

Solo espero que esta sea una estúpida percepción mía porque con esta absurda e incoherente afirmación se desvanecería mi mundo.

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