He visto flores marchitas
derramar más sangre
que tú
al confesarme que era mentira,
que nunca me habías querido.
Pensé que lo que tenía en el pecho
era un agujero negro
hasta que me enteré de que estos
desprendían calor
y aquí dentro hace
demasiado frío.
He visto payasos más tristes
que tú
al verme morir.
Las paredes blancas
del manicomio
guardan todos los arañazos
que no me atreví a hacerle a tu espalda.
He visto ruinas grecolatinas mejor conservadas
que mis ganas de seguir viviendo.
Tomé la decisión
de que sólo habría dos colores:
blanco,
y negro
(tú,
y no tú).
Por eso ahora todo sabe a pasado,
a foto antigua,
a ropa de luto,
a niño abandonado,
a avión estrellado.
Sabe a mi habitación,
la 517,
en la que el pestillo se echa por fuera
y las visitas están restringidas a cuando duermo.
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