Querido quien seas,
escribo esta carta con remitente pero sin destinatario porque es un vómito en un papel en blanco. Porque las verdades con alcohol salen más fácil, pero yo sólo tengo agua. Tanta agua que me ahogo. Tanta agua que sigo teniendo sed.
Querido quien seas, te escribo para que no vengas a salvarme.
Te escribo porque se me ha acabado el hilo para coser esta nueva herida que sangra y pensé que podría usar el de esta otra cicatriz, esa que está en el pecho, en el mediastino medio.
Pero resulta que no estaba curada, que ahora sangra más. Y me encuentro con las manos bañadas en sangre roja, sangre oscura, sangre que no es sangre, sangre que soy yo.
Y se me olvidó que yo no sabía coser.
Querido quien seas, te escribo a ti y no a otro, porque eres tú quien debe saber que lo único que necesitas para morir es estar vivo, pero no al contrario. Así que vive. Vive tanto como deje la soga del cuello. Y aprende a volar antes de que te quiten el banco de debajo de tus pies.
Yo sólo aprendí a saltar, al vacío, al de los ojos azules.
Querido quien seas, te confieso que nunca imaginé que una persona totalmente vacía tienda a vaciarse más en vez de llenarse. En vez de quererse, quiere.
Y ahora me doy cuenta de que es el silencio el verdadero ruido, que en el insomnio sólo duermes tú, que para perder no hace falta jugar.
He aprendido que incluso la ida puede ser una vuelta, que el mayor vértigo lo da andar con ambos pies en el suelo.
Querido quien seas, te escribo para decirte que me alegro de que tengas el placer de desconocerme sin haber tenido que conocerme antes.
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