"Últimamente estás con pinchos y púas. Todo pincha, clava y duele."
El dolor de lo punzante es adictivo.
¿Pinchará? Y pruebas. Y cuando compruebas que sí, vuelves a intentarlo. No sé muy bien si en busca de un resultado distinto o de las endorfinas que libera el cuerpo como respuesta defensiva.
El hecho es que repites.
Como con las personas.
Y te abres la herida.
Y sangra.
Ahora toca curar.
Me pido que seas tú mi médico.
Y que me cures con saliva.
Y, si no, me pido desangrarme.
Cuando una herida se cierra, se está regenerando.
Y eso es reinventarse. Y a quién no le gusta volver a ser.
Pero no de cero, que después cuesta empezar a contar.
Al final del todo queda la cicatriz.
Decían los romanos que la belleza se mide en grado de simetría.
Y las cicatrices son asimetría, pero yo creo que embellecen.
Porque quién va a enamorarse de alguien que no tenga historias que contar.
Y así te quedas tú, mirando la cicatriz y recordando que pinchó.
Y entonces te preguntas si volvería a doler y, como por arte de magia, te encuentras con el mismo clavo.
O con la misma persona.
Y vuelta a empezar.
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