proverbio arabe

10 de marzo de 2014

De pequeña tuve siempre la misma fantasía:
Yo tendría 20 años (que, por aquel entonces, creí que serían una mayoría de edad de lo más notable, con autonomía total) y llevaría el pelo rubio, larguísimo y siempre suelto (sólo acerté en lo primero y hasta en eso he tenido que poner de mi parte). Iría a todas partes en bicicleta (yo, que me canso al pedalear en llano una calle entera) y siempre, siempre, iría escuchando musica (al menos acerté en esto. Lo que no predije fue, ni mucho menos, qué tipo de música -o poesía si puedo decirlo- llevaría sonando en mis cascos).

Un día iría tan enfrascada en mi música que no miraría al curzar la calle (hasta aquí todo bien, pues tengo que reconocer que algún susto me he llevado por ello) y, en ese momento, un coche se acercaría a mí a una velocidad desorbitada y yo sin darme siquiera cuenta.

Como historia de toda niña pequeña, tiene que haber un príncipe que me salve (no podría morir tan joven, aún me quedaba descubrir la vacuna preventiva contra el cáncer).
En este cuento no es un príncipe azul sino un chico alto, moreno, fibroso y, sorpresa, de ojos verdes (¿y entonces desde cuando es mi obsesión por los ojos azules?).

Pero espera, que lo mejor está por llegar: mi príncipe sería dueño de una tienda de melocotones (¿UNA TIENDA DE MELOCOTONES? De verdad, Belice, ¿de melocotones?).
Aún no termino de comprender qué haría él en la acera de enfrente, desde la que yo cruzaba, pero él, en un acto de valentía admirable, saltaría detrás de mí para evitar mi inminente colisión con aquel bicharraco metálico y, a cámara lenta, llegaríamos los dos a la acera de enfrente a tiempo (la bicicleta debió haber desaparecido en algún momento, pues no entiendo cómo él podría haberme hecho saltar de ella como cuando en las películas explota una bomba y que, después, la bicicleta no nos golpease al caer).

Misteriosamente lo único que me dolería sería el tobillo pero nada grave, un esguince para nada incompatible con una enorme sonrisa para mi héroe (desde luego que...).
Evidentemente sería amor a primera vista, porque sino no hubiese sido una fantasía de las que incita Disney a imaginar, sino una historia normal (propia de telenovela mexicana pero normal al fin y al cabo).

Con lo que yo no contaba es con que el amor a primera vista no existe.
No, niñas, no existe.
Existe el polvo a primera vista, eso no lo niego, pero estoy convencida de que esto no daría para más de 3 condones usados.
El amor a primera vista no puede existir porque es una carrera de fondo: se empieza queriendo, a lo que se le suma el enamoramiento, y se acaba amando como ni siquiera en los libros se puede describir.

Obviamente a mí nadie me salvó de un coche a punto de atropellarme pero sí de una caída mortal contra el suelo (ya se sabe lo que dicen del amor: que es una caída al vacío sin alas ni paracaídas) pero existe, curiosamente, ese chico moreno, alto, musculoso y de ojos verdes del que me enamoré a toda la primera vista que el corazón permite.

Ah, se me olvidaba: afortunadamente no se dedica a vender melocotones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario