Me conducía con torpeza y la hacía sufrir más aún, ya que se encontraba en un infierno inventado por ella misma, tan lejos de mí que el sonido de mi propia voz no hizo más que ensanchar el abismo que nos separaba. Quise hablarle de otras cosas, quise hacerla reír con mis obsesiones.
[…] yo no era, ay, ningún ángel; mi alma sabía a meandros y laberintos propios; […] tengo el corazón lleno de tinta negra.
-Pregúntale al polvo, John Fante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario