a no acordarme de la textura de tus caricias (tan suaves que queman)
e incapaz de recordar la forma de tus labios (en el superior se pierde la cordura, en el inferior nace el pecado).
(Ya no sé si tus ojos eran marrones, verdes o, quién sabe, azules; si tus caricias quemaban o, en realidad, helaban; si era la cordura o, más bien, la vida lo que perdía en tu boca).
Mejor no vuelvas y así te reinvento.

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