Nerviosa, cruzó por una última vez la habitación con paso decidido, haciendo más ruido de lo necesario con sus altos tacones.
En su rostro, tres lágrimas que dibujaban manchas de rimel a juego con su alma.
-¿De verdad vas a dejar que me marche? ¿Nos vas a hacer nada para que me quede a tu lado?
Él, casi indiferente, mantuvo su mirada fija, incluso desafiante, sobre aquellas maravillosas curvas que durante estos siete años había tenido el lujo de disfrutar.
-¡Joder, que te estoy hablando! -Levantó la vista y se sostuvieron la mirada durante un buen rato. Pero él no dijo nada. -Dime, ¿es que ya no me quieres?
Esta vez él sí habló pero siempre desde un tono excesivamente sosegado.
-Demasiado. Siempre te he querido demasiado. Por eso te dejo ir. Porque sé que así es mejor. Porque hasta esta mañana todo ha sido perfecto. Me querías. Pero todo termina y sé que solo buscarás excusas para fijarte en otros hombres que pienses que pueden hacerte más feliz que yo. Aunque te estés equivocando. Pero, yo, en cambio, no podré porque sé que nadie lo hará. Contigo he sido demasiado feliz, por eso no me podré volver a enamorar.
Durante un momento ella paró de llorar. Incluso de respirar. Después, él siguió.
-No, quiero que te vayas. Y quiero que te vayas ahora, cuando aún me quedan lunares en tu espalda por descubrir, cuando aún no me haya aprendido de memoria el sabor de todos tus besos y el sonido de tu risa. Quiero que te vayas antes de que envejezcas, de que yo deje de sentir celos incluso del aire. Quiero que te vayas ya porque, si te quedas, solo vas a conseguir que te encuentre ese estúpido defecto, ya sea una manía tuya de ordenar los esmaltes de uñas siempre por colores o que no te guste el sushi. Sí, te estoy pidiendo que te vayas antes de que te encuentre ese pequeño defecto que, por mucho que busco, no encuentro. Quiero que al irte pueda seguir diciendo: porque ella es perfecta.
En su rostro, tres lágrimas que dibujaban manchas de rimel a juego con su alma.
-¿De verdad vas a dejar que me marche? ¿Nos vas a hacer nada para que me quede a tu lado?
Él, casi indiferente, mantuvo su mirada fija, incluso desafiante, sobre aquellas maravillosas curvas que durante estos siete años había tenido el lujo de disfrutar.
-¡Joder, que te estoy hablando! -Levantó la vista y se sostuvieron la mirada durante un buen rato. Pero él no dijo nada. -Dime, ¿es que ya no me quieres?
Esta vez él sí habló pero siempre desde un tono excesivamente sosegado.
-Demasiado. Siempre te he querido demasiado. Por eso te dejo ir. Porque sé que así es mejor. Porque hasta esta mañana todo ha sido perfecto. Me querías. Pero todo termina y sé que solo buscarás excusas para fijarte en otros hombres que pienses que pueden hacerte más feliz que yo. Aunque te estés equivocando. Pero, yo, en cambio, no podré porque sé que nadie lo hará. Contigo he sido demasiado feliz, por eso no me podré volver a enamorar.
Durante un momento ella paró de llorar. Incluso de respirar. Después, él siguió.
-No, quiero que te vayas. Y quiero que te vayas ahora, cuando aún me quedan lunares en tu espalda por descubrir, cuando aún no me haya aprendido de memoria el sabor de todos tus besos y el sonido de tu risa. Quiero que te vayas antes de que envejezcas, de que yo deje de sentir celos incluso del aire. Quiero que te vayas ya porque, si te quedas, solo vas a conseguir que te encuentre ese estúpido defecto, ya sea una manía tuya de ordenar los esmaltes de uñas siempre por colores o que no te guste el sushi. Sí, te estoy pidiendo que te vayas antes de que te encuentre ese pequeño defecto que, por mucho que busco, no encuentro. Quiero que al irte pueda seguir diciendo: porque ella es perfecta.

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