proverbio arabe

30 de junio de 2011

I just need to be...

Sonríe con los ojos cerrados mientras siente esa fresca brisa de las noches de verano que tanto le recuerdan a su infancia, cuando pasaba las noches más calurosas en el jardín trasero de su casa.

Ese patio era un desastre; pero le encantaba. Las plantas crecían hasta más alto que su cintura aunque, en aquel momento, apenas superaba el medio metro de altura. Pero eso era solo en la entrada. A medida que ibas avanzando, te encontrabas con pequeños arbustos en los que ella había colocado con su hermana mayor algunas cintas de colores en las que habían escrito deseos. Al final del jardín había dos hamacas, en las que dormían ella y su padre cuando el calor impedía descansar en el interior de aquella pequeña casa.
Abre la pequeña verja que separa el patio de un pasillo exterior de la casa y abre los ojos para descubrir si todo esto seguía en su lugar o no.
Hacía aproximadamente tres años que no había venido debido a motivos familiares y de trabajo que les obligaron a mudarse de casa.

Es increible. Todo seguía igual, solo que las plantas ahora estaban mucho más altas.
Fue corriendo hacia el llamado árbol de los deseos que, para aquel entonces, había crecido mucho. Para poder ver todas aquellas cintas de colores se subió en un pequeño banco de madera que había justo al lado.
Recordaba perfectamente la norma del juego: una vez que se cumplía el deseo, había que arrancar la ramita en la que se había atado la cinta.
Rebuscó entre los más bajos y con una enorme sonrisa, empezó a cortar una tras otra las ramas del arbusto.
Terminar colegio con buenas notas.
Besar a un chico.
Enamorarme.
Tener un amor de verano.
Viajar a EEUU.
Aprovar el examen de fin de curso.
Comprarme un vestido rojo.
Leerme todos los libros de mi cuarto.
Que me regalen un móvil.
Ir a un concierto.
Hacer un viaje sólo con mis amigas.
Aprender a bailar.
Que me digan algo bonito por la calle.

Todos estos deseos yacían en el suelo. Sólo había necesitado tres años para cumplirlos todos y se sentía orgullosa de aquello.
Divertida, seguía destrozando aquel arbusto que le había visto crecer pero, claro está, lo hacía sin maldad alguna.
Había conseguido quitar practicamente todas las cintas.
Finalmente llegó a la parte superior de la planta, donde se ponían los deseos más difíciles.
Dejó caer la última cinta y esta vez sí que podía sentirse orgullosa. Era su mayor deseo y lo había cumplido.
Esta vez no dejó aquella cinta turquesa sobre el suelo, sino que la ató a su muñeca.
Sí, podía presumir de aquella caligrafía aún un poco infantil que confesaba aquel deseo que todo el mundo quiere cumplir: ser feliz.

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